TÍPICAS ENFERMEDADES.

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Si eres de los que se lanza a la peripecia del Camino de Santiago a pie, entonces tienes que estar preparado para alguna que otra molestia que, muy probablemente vas a sufrir. No porque no estés en forma ni porque no te organices la ruta apropiadamente. Tampoco porque tengas mala suerte o porque el calzado que has comprado no sea suficientemente bueno. Simplemente porque una travesía así de larga siempre pasa factura de alguna manera.

Una de las primeras dolencias que se pueden experimentar son las ampollas y rozaduras que aparecen debido al roce de la mochila, calcetines y zapatos con la piel. Se añaden el calor, la humedad y el sudor y se crea el ambiente perfecto para que surjan. De ahí que contar con un kit básico de gasas, pequeñas agujas y vaselina sea de lo más práctico para poder hacer frente a estas molestas lesiones. Otra de las prácticas también muy recomendadas es la de evitar el exceso de peso y apostar por el uso de tejidos de algodón y  calzado suelto y transpirable.

Otra de las incomodidades de recorrer largas distancias a pie es que puede producirse una sobrecarga muscular. Quizá parezca algo leve pero, de no tomar precauciones, se pueden provocar dolencias como tendinitis, fracturas y fascitis. Lo más aconsejable para que la situación se agrave y se produzcan desgarros,  es realizar breves descansos a lo largo del recorrido y ofrecer alivio a la espalda y piernas con masajes y estiramientos. Disminuir el ritmo de la marcha y acompañar los ejercicios de alargamiento muscular con antiinflamatorios o analgésicos también resulta muy útil.

Las caídas son otro percance bastante común entre los caminantes, sobre todo entre aquellos que deciden aprovechar los atajos. Este tipo de sendas suelen ser bastante rústicas y desniveladas por lo que apenas un despiste puede provocar un desafortunado batacazo.  Así que, quienes se adentren en este tipo de desviaciones deberán tener todos los sentidos puesto en cada paso.  

Tampoco es extraño que se produzcan mareos por agotamiento, deshidratación, golpes de calor (por exceso de esfuerzo físico o clima agresivo)  o mala alimentación. Es crucial beber suficientes líquidos a lo largo del recorrido (al menos un trago de agua cada dos horas o antes);  protegerse del sol y de las altas temperaturas con cremas solares, gafas de sol y sombreros; utilizar ropa ligera que no aumente, precisamente, la sensación de sofoco y adecuar el ritmo a niveles razonables y reales. No es una competición.

Y, cómo no, siempre están los insectos (especialmente en según qué temporadas del año), por lo que acabar con una o varias picaduras se encuentra dentro de lo esperado. En principio son simplemente un fastidio que puede resolverse con lociones antimosquitos pero, en ocasiones, pueden provocar reacciones alérgicas con hinchazones fuera de lo normal. En estos casos habrá que  acudir a una farmacia o centro médico para que determinen el tratamiento necesario.

Es cierto que muchas de las típicas dolencias del peregrino de a pie se pueden evitar tomando las precauciones necesarias. Y es que prevenir es, al fin y al cabo, una forma de curar. Pero si cualquiera de estas molestas situaciones se complica, no hay que pensárselo dos veces y recurrir a los servicios médicos que se encuentran disponibles para el caminante a lo largo de la ruta. Ayuda no falta, pero hay que saber pedirla.

¿Estás preparad@ para esta aventura?



Imagen: Pixabay.
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