CAMINO SOLIDARIO.

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El Camino de Santiago es una travesía realizada por personas de todos los países y religiones del mundo. A veces por un acto de fe, otras por una necesidad de introspección, por conocer gente, por conectar con la naturaleza…

Independientemente de la motivación, uno de los aspectos más hermosos de esta aventura es que a nadie le interesa el color de la piel, raza, idioma o lugar de origen. De hecho, una de las frases más comunes que se escuchan a lo largo de montes, bosques, llanos y explanadas, no esté dirigida a indagar la procedencia de los caminantes sino , más bien, a desearles un BUEN CAMINO.

El tipo de ropa que se lleve,, el modo personal de expresarse o la propia imagen no tienen tanta importancia como el augurar a los demás que realicen su viaje con tranquilidad y dicha. Por eso se siente el eco de esta consigna en cada rincón y en cada encuentro entre peregrinos. ¡Buen camino! se dicen unos a otros. Dos palabras que encierran toda la solidaridad, respeto y compañerismo que impregnan todo el itinerario.

Todos los que se embarcan en esta intensa y profunda aventura son conscientes de una cosa: que ningún peregrino está solo. Si, por algún motivo, uno siente temor a la soledad, a sufrir algún percance o a no recibir socorro, la respuesta de todo caminante será la misma: eso no puede pasar, un peregrino nunca está solo. Y es que no faltan manos para asistir a quien lo necesita, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles. Apoyo incondicional, disponibilidad, atención, cortesía y colaboración son elementos claves del recorrido. Sea agua, alojamiento o compañía, cualquier cosa recibirá una respuesta solícita y generosa.

Es fácil toparse con lugares  de reposo en los que anónimos caminantes han dispuesto frutas, agua y otros pequeños tentempiés para el resto de viajeros. Descansaderos donde servirse un café atendidos de la forma más amable posible; sonrisas de parte de desconocidos, palabras de aliento y ese ¡buen camino! que refleja el espíritu de este peregrinaje hacen que cada paso esté empapado de una esencia especial. Y esos generosos deseos no son frases arrojadas al azar o al viento sino de ofrendas verbales sinceras, honestas y henchidas de sentimientos altruistas y sensibles.

Si hay algo que puede decirse del Camino es que transpira valores realmente humanos en los que se abandonan las máscaras propias de la urbe, con sus prisas, exigencias e hipocresías, para sumergirse en los cimientos más básicos de la persona. No hay que presentar informes, ni llegar a tiempo, ni echar pestes por los atascos o  por lo que ha dicho el jefe. No es necesario seguir una rutina o marcarse alguna; ni fingir que estás bien cuando necesitas mirar al cielo y sentir que estás vivo.

Por este motivo, realizar este itinerario tan particular, supone tener la oportunidad de recuperar unos fundamentos que se pierden fácilmente en medio del asfalto. Implica poder recobrar la calma y escapar de las críticas, rencores,rabias, odios, malos humores, envidias y vacíos del día a día. Conlleva rescatar de la opresión los pilares de una humanidad a veces perdida o ignorada. Sentir que formamos parte de un todo, que existe una unión que sobrepasa nuestra propia individualidad y que es real. Porque el resto de peregrinos forman parte intrínseca de la experiencia. Y es que aunque se viaje en solitario por el camino , en realidad, se viaja siempre acompañado.  

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Imagen:Dreamstime.

 

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